
¨Debo ser ágil y rápido, para
escribir y dejar mi legado, en este manuscrito… para que no quede lo que aquí
cuento en el olvido.
Yo, Judas de Ávila, un joven
copista y traductor árabe, mientras mis letras surgen entre el fragor de las
llamas que devoran mi Abadía. Un fuego diabólico que llego en forma de rayo, en
esta noche de tormenta. La misma noche que termine mi último dibujo…
Han pasado tres años, cuando
llego a nuestro monasterio aquel malherido soldado templario, con su caballo
lleno de reliquias del lejano oriente, de tierras llenas de infieles…
Entre sus tesoros, un libro
escrito en árabe, del cual nadie le dio su justo valor.
Noches enteras, robando en la
oscuridad horas al sueño, traduje el libro, escrito por un tal Abu Abbas, donde
explica el poder de veintidós dibujos que aun no se han materializado y donde
asegura estar todo el poder del mundo…
Fiel a la descripción, uno a uno
hice los dibujos y como imágenes del mismo infierno se fueron creando omitiendo
la advertencia del escritor árabe… ¨el poseedor de estos veintidós naibi será
el dueño del mundo, a un precio muy alto¨
Y así es como fue, anónimo lector de mis palabras, el mismo día que
termine de dibujar las láminas, el infierno se desato en mi Abadía…
Debo dejarte, el fuego llega y
debo esconder los dibujos, debo salvar la vida…
Jud. de Ávila
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